viernes, 1 de diciembre de 2023

 


PASOS DE VIDA


                                Mientras recorro semáforos en rojo,

paso por vías insondables,

amo entre los portales del tiempo

y convierto mi vida en un paso de cebra interminable

donde las rayas paralelas proclaman

el bucle del tiempo y el pasar del devenir.

Escribo, leo y someto mi pensamiento

a la información ajena que me abra

una luz al entendimiento.

lunes, 13 de septiembre de 2021









A todos aquellas personas a las que su cuerpo traiciona, pero su mente sigue intacta.

A ellas toda mi admiración, mi dolor y el mayor respeto a cualquier decisión.



Tu cuerpo ya no está contigo.

Atraviesa en soledad  su desconcierto

bajo el paso insondable de días grises.

Tu cuerpo te ha abandonado.

 No te responde.

Se arrastra sin compasión encarcelado

bajo el yugo de la cruel enfermedad.

Tu cuerpo es tu celda,

tu encierro,

tu cautivador

y  tu cautivo.

Tu vida está encerrada bajo el óxido

del paso de las horas muertas,

de los instantes perdidos.

Tu cuerpo te traiciona

prisionero de tu horrible fatalidad.

Tienes tu mente quebrada

por el dolor del encierro,

pero estás ahí.

Sigues vivo...

jueves, 28 de enero de 2021


 





"Hic et nunc"

Después de tantos tormentos,

de rosas marchitas

y hojas secas de otoño,

con una sola lágrima

limpié mi alma.

Mis lágrimas se han vuelto

densas y purificadoras.

He aprendido

a hacerme fuerte,

a llorar la pena

solo un instante.

Pues como dijo alguien:

“tras ciertos infiernos,

no cualquier demonio te quema”

y ahora el momento

es lo único que existe.

Vivimos en un mundo pendiente del futuro,

soñando con lo que va a llegar,

llorando aflicciones que, probablemente, nunca sufriremos

y forjando destinos cambiantes.

Ajustemos el presente a nuestra vida,

gocemos el amor con la intensidad soñada.

"aquí y ahora", "Hic et nunc"

Hagamos de esto nuestra única realidad.

miércoles, 2 de diciembre de 2020




LA CARA OCULTA DE LA LUNA

 

Ya estamos aquí ¡ por fin todos reunidos! Deberíamos hablar de la falta de inspiración por la que estamos atravesando todos los poetas. Desde hace más de un mes, no se escriben versos, y aquellos que lo intentan tan sólo consiguen unas líneas que van a parar a la basura.

No sabemos qué ha ocurrido. Desde el último eclipse lunar, nuestra inspiración ha desaparecido, las musas nos han abandonado. Algunos dicen que ha sido la luna que ha rotado y está mostrándonos su cara oculta, otros que la gravedad de la tierra ha acercado demasiado el satélite y hace que las ideas se crucen convirtiéndolas en absurdas. Esto está tomando unas dimensiones preocupantes.

¿Qué va a ser de la tierra sin poesía? ¿Dónde van a ir los versos de los poetas? Ayer vino un sabio a hablar con algunos de nosotros, estaba alarmado: ¿y si esto empieza a pasar en más campos?, ¿y si no se escriben más novelas?,¿y si poco a poco se van marchando las ideas?... En ese caso, ¿cuánto tiempo le quedaría a la tierra?, ¿dónde irían a parar los pensamientos?, ¿se quedarían en blanco las mentes nuestras? De momento tan sólo está aconteciendo en la poesía…pero, aunque no pasase de aquí este hecho…, ¿cómo vamos a vivir en un mundo sin poetas?

 

                  




                          TAN ALTA COMO LA LUNA

 

“Quisiera ser tan alta como la luna,

¡Ay, ay!

Como la luna,

Como la luna…”

-_-    ¡Vaya! ya estás otra vez en la luna! ¿Y esa canción? No la había escuchado desde hacía mucho tiempo, me la cantaba mi abuela…

__-    Pues yo se la he oído a una mujer de cara redonda y ojos profundos que anda algunas veces cerca del colegio. Me encanta, es de una niña que desea muchas cosas a la vez, o algo así. Y la mujer es muy rara, va vestida con un amplio traje blanco y brillante y siempre nos mira con ojos embelesados y, cuando no canta, recita poemas sobre cohetes y hombres que aterrizaron sobre ella hace mucho tiempo. Yo creo que está algo loca, pero es muy divertida. Dice que tres astronautas le hicieron cosquillas cuando la visitaron y que, desde entonces, una vez al mes, cuando es luna llena, se abre un camino de polvo de estrellas y baja a la tierra para buscarlos y vuelvan con ella. Algunas niñas dicen que no debemos acercarnos ni escuchar sus poemas, que nos puede hacer daño o llevarnos del colegio, pero yo creo que simplemente está muy sola porque no encuentra a sus amigos y quiere que la ayudemos.

___   Bueno, hija. Yo también pienso que está un poco loca, pero no creo que os haga daño, a veces la soledad hace que hagamos cosas extrañas. Pero, por si acaso, no te vayas a ir nunca con ella. No quisiera tener que viajar en el espacio para ir a recogerte entre el polvo de estrellas.

martes, 24 de noviembre de 2020





Del libro “El manuscrito de Aviñón" (año 2016)


Jean y Lorena: siglo XVII. El retorno de la Peste Bubónica

            El caballo agotado y echando espuma por la boca cayó al suelo para no levantarse más. Pero ella había conseguido su objetivo, lo había logrado, estaba a salvo a las puertas de una ostentosa ciudad, lejos de su tierra y sana, había escapado de la Peste que asolaba España y que en cuatro meses había acabado con gran parte de su ciudad natal, Sevilla.

            Esta ciudad, una de las más habitadas de Europa, se vio asolada por una epidemia en poco tiempo y tardaría muchos siglos en recuperarse. En 1649 la actividad económica de Sevilla, gracias al comercio con América, la situaba en primera fila. Pero su condición de puerto interior, con el continuo ajetreo de embarcaciones y personas, sería una trampa que llevaría a la villa a iniciar su decadencia.

            Al principio todo había parecido un mal menor. Ella, al margen de las habladurías sobre unos gitanos que habían llegado al puerto, enfermos, y que habían encontrado la muerte en Triana, seguía disfrutando del sol otoñal después de un caluroso verano y aquella lluviosa primavera que había anegado la ciudad. Era un clima inusual. Los naranjos se habían levantado hace unos días con azahar entre sus hojas, no mucho, pero algunas ramas parecían haberse equivocado de estación. La luz del sur lo iluminaba todo y en el puerto se oían los gritos de los marineros que llegaban de las Indias con su mercancía de especias, oro, plata y multitud de riquezas que llenarían las arcas del rey Felipe IV, “el Grande” o “el Rey Planeta”, como le llamaban, y financiarían sus batallas y sus crisis dejando a España en bancarrota. Lo cierto es que aquellas lluvias que inundaron la ciudad, y que al retirarse las aguas habían dejado las calles llenas de cadáveres de animales, junto con los calores veraniegos, habían convertido cualquier lugar en auténticos nidos de ratas y suciedad, y las corruptas autoridades no hacían nada para evitarlo. Tal vez ese fuese el foco de la infección de la que hablaban las gentes. Habría que tener cuidado con el agua y no frecuentar lugares muy masificados.

            Para ella todo empezó a cambiar durante un paseo por el Arenal. Llevaba varios días sin salir de su vivienda por miedo al contagio de la que parecía ser la temida Peste Bubónica, pero los víveres se habían terminado y sus padres necesitaban alimento. Ella era joven y estaba sana, se arriesgaría y lo conseguiría más rápida que algunos de los criados que empezaban a tener síntomas alarmantes.

             Había olor a podredumbre, a desolación, y el aire estaba denso por las cenizas procedentes de las hogueras que incineraban enseres, casas y habitantes: cientos de muertos, miles en poco tiempo. En muchas de las principales puertas de la ciudad se habían abierto enormes fosas donde tiraban los cuerpos sin identificar y les echaban cal viva. Niños, mayores, jóvenes, hombres, mujeres; montones de cuerpos se encontraban abandonados en las calles, para terror de los viandantes, y algunos, escondidos en las casas, intentaban ocultar a sus muertos, por poco tiempo, porque pronto enfermaban y morían y las casas eran quemadas con todos sus habitantes dentro.

            Lorena quería pensar que la enfermedad de sus padres nada tenía que ver con la Peste que asolaba la villa. Su madre llevaba mucho tiempo delicada y casi a las puertas de la muerte, al menos eso se temía, y su padre, decrépito por la edad y el cansancio de toda una vida, también se moría, pero de hambre. Los criados tenían debilidad por los días que llevaban con racionamiento de cualquier tipo de alimento, al menos eso quería creer ella. Tenía que tener cuidado. Si sospechaban lo más mínimo, las autoridades los meterían en el mismo saco y pronto un carro maldito los arrastraría hacía la inmundicia, compartiendo una tumba común donde nunca podría llorarles. Después de muchas horas logró que le vendieran un trozo de tocino viejo, queso y algo de pan duro. Compró también vino, aunque parecía vinagre y más bien le serviría para intentar ahuyentar a las ratas que todo lo invadían. El camino de vuelta a su casa se le hizo interminable, tedioso, y el olor a muerte no dejaba respirar. Tuvo que mojar un pañuelo y ponérselo sobre la boca para aislarse del fuerte hedor que lo envolvía todo y que había convertido las calles en un cementerio. También tuvo que esconderse de personas desesperadas que robaban e incluso mataban por un trozo de comida. Todo era mucho peor de lo que esperaba. Cuando logró llegar y entrar en su vivienda, llamó a gritos a los habitantes de ésta deseosa de ofrecerles los pocos víveres que había conseguido. Nada le respondieron. Su padre estaba en la misma cama que su madre, ambos con las manos entrelazadas, resultaba una estampa entrañable, pero seguían mudos. Al acercarse más a ellos vio el color gris de sus caras y sintió el frío de sus miradas. Los dos estaban muertos y los criados habían desaparecido. Era ya demasiado tarde. Lo peor era que si intentaba enterrarlos, al verla con los cadáveres, las autoridades pensarían que murieron apestados, como tantos, y posiblemente que ella también lo estaba y la detendrían. No podía pensar, las lágrimas lo tapaban todo, se sentó en el suelo sin saber qué hacer: arriesgarse con el entierro o huir. Así pasó más de un día conviviendo con sus difuntos padres, hasta que la necesidad de fugarse y el miedo se apoderaron de ella. Al anochecer, Lorena robó un caballo del establo de un vecino, uno de los pocos que se había salvado de la quema, e inició la huida de la ciudad. Fue escondiéndose en cada rincón y de cada sombra. Pero para poder escapar y que la dejaran atravesar las puertas, se hizo pasar por un enterrador camuflándose con ropa vieja, una capa y una capucha negra. Luego acompañó a un carro hasta una fosa común, amarrando el caballo al carromato, así nadie lo intentaría a robar y no se acercarían, ya que pensarían que estaba infectado. Además, ninguna persona osaba acercarse a los enterradores. Al fin y al cabo, ellos eran lo más parecido a la parca.

            Así salió de Sevilla, exhausta, con lo puesto y lo poco que pudo coger de su casa y esconder entre sus ropajes. Durante más de un mes estuvo por la península escondiéndose de la Peste que empezaba a asolarlo todo, durmiendo en caminos solitarios, comiendo lo que podía encontrar sin llamar la atención. Cuando llegó a los Pirineos, se unió a unos pastores a cambio de algunas monedas que aún le quedaban, cruzó con ellos a Francia y se dirigió hacia Marsella. Pensó que, al ser puerto de mar, tal vez, podría coger algún barco hacia las Américas. Imposible, todo estaba colapsado. De manera que se unió a una caravana de especias que se dirigían a una ciudad llamada Aviñón.          Quedaban varios días para llegar al destino cuando Lorena se separó de la caravana y emprendió el camino sola. Antes de llegar a las puertas de la ciudad, vio cómo se acercaban a ella un grupo de jinetes y puso a galope al caballo temiéndose lo peor… Y ese fue el último recuerdo antes de despertarse en una ostentosa cama de una casa de Aviñón.

            Estaba a salvo. Un comerciante le había visto caer del caballo y la había llevado a su vivienda, ofreciéndole alojamiento y cuidados durante los días que había tardado en despertar. Jean, que así se llamaba, la había encontrado desmayada en el suelo y en mal estado a las puertas de la ciudad y avisó a un médico: “tan sólo agotamiento y un leve porrazo en la cabeza al caer del caballo”- fueron las palabras del galeno-. Pero había dormido varios días atendida por la sirvienta de su protector. Al despertar, encontrándose bien, se levantó de la cama y se miró a un espejo que había en la alcoba. Estaba muy delgada, aunque en su rostro no se percibía ya el agotamiento de días anteriores. Contempló asombrada la cámara en la que se encontraba: la habitación era muy amplia y alegre, una gran chimenea se extendía a los pies de la cama y un pequeño balcón se abría a un jardín lleno de flores. A un lado de éste, sobre un mueble con varios cajones, un bonito jarrón lleno de rosas amarillas llenaba el aire de aromas. Se sentó en la cama cansada aún y se puso a rezar, dando gracias a Dios por haberla salvado de la maldición que asolaba su ciudad. No había terminado sus rezos cuando llamaron a la puerta y un hombre joven entró en la estancia, no sin pedir permiso antes.

            --Buenos días. Me llamo Jean y se encuentra usted en mi casa. La recogí en las puertas de Aviñón. La vi caer de su caballo, cuando llegué a su lado había perdido el conocimiento y la traje hasta aquí. Estamos en un pueblecito al otro lado de las murallas de la ciudad. La ha visitado el médico y dice que está bien, aunque al parecer llevaba sin comer varios días y estaba agotada. Aún no ha comido nada, solo caldos que ha tomado casi dormida, ni se ha enterado. Ahora llamo para que le traigan algo.

            --Gracias. Estoy algo confundida aún. Lo último que recuerdo es que al ver a un grupo de jinetes, asustada por lo que pudiera pasar, puse mi caballo a galope.

            --No se preocupe, es normal, cuando tome algo podremos hablar.

            -- Espere. Quiero darle las gracias. No todo el mundo ayuda a un extraño. ¿Puedo preguntarle por mi caballo?

            -- Lo siento. Cuando llegué, estaba muerto. ¿Me dice su nombre?

            --Por supuesto, me llamo Lorena y…

            --No se preocupe. Hablamos cuando esté menos confusa. Coma primero.

            Al momento le sirvieron una bandeja con varios platos de comida: un suculento caldo de pollo y verduras, un plato de guiso de carne con patatas cocidas y varias piezas de frutas. La mujer que se la trajo le explicó quién era su samaritano y la suerte que había tenido de que fuese él y no otro quien la encontrara. Lorena se tomó todo el contenido de los platos casi sin respirar. Estaba hambrienta. Al terminar, la mujer le llevó también algo de ropa nueva y avíos para que se asease. Cuando estuvo lista, entró de nuevo el dueño de la casa.

            --Vaya, veo que se ha recuperado. Ahora podemos hablar. ¿Puede decirme de dónde viene? Mientras dormía ha hablado usted algo acerca de muerte y enfermedad. Pero era en otro idioma, español, algo hablo, pero no lo suficiente como para entenderla bien. Pero usted habla muy buen francés.

            --Sí, mi abuela procedía de Francia y me enseñó el idioma. Yo vengo de España, del sur, de una ciudad portuaria, Sevilla. No se asuste si conoce las últimas sobre ésta, pues imagino que siendo comerciante estará al tanto de la enfermedad que asola mi villa. Pero yo estoy bien, se lo aseguro. Llevo varios meses desde que salí de allí y no he tenido ningún síntoma de Peste.

            --No se preocupe, sé que está bien. Sí, todos hemos oído que la Peste está haciendo grandes estragos en su tierra. Pero ¿Cómo pudo salir de allí? Y… ¿Cómo ha llegado tan lejos? Que se sepa, nadie sale de la ciudad; las puertas llevan cerradas semanas. Todas las partidas que van llegando traen esas nuevas

            --Es una larga historia. Quería llegar a Marsella y huir a las Américas, pero no me dejaron subir en ningún barco, así que me uní a una caravana que se dirigían hacia esta zona. Ha sido todo muy doloroso. Dejé allí a mis padres sin poderles dar sepelio por miedo a que me matasen pensando que estaba enferma.

            -- Tranquilícese, tendrá tiempo de contármelo. Verá, me imaginaba algo así y he pensado que puede quedarse en mi casa todo el tiempo que quiera. Aquí es bien recibida.

            --No quisiera ser un estorbo…

            --De eso nada, recupérese y ya hablaremos sobre su futuro. Ahora tengo que volver a mis quehaceres. Pida lo que necesite a la mujer que le ha traído la comida, ella se encargará de proporcionárselo.

            Así pasaron los días, Lorena se recuperó y las ganas de vivir volvieron a nacer en ella. Allí no sólo encontró un hogar donde reposar sino que se enamoró de Jean, su protector, y él de la joven sevillana. Poco tiempo después de su llegada, ambos jóvenes se casaron pasando ella a ser Lorena Rouen, mujer del anticuario y comerciante de especias de Aviñón.

            En la ciudad, como en gran parte de Europa, un nuevo movimiento reformista católico, el jansenismo, iba creciendo en la iglesia y Jean no era ajeno a éste. Las ideas de este movimiento se inmiscuían en el terreno eclesiástico y político. No negaban la necesidad de la existencia de la iglesia, pero si la capacidad de las autoridades eclesiásticas para representar la autoridad de Dios e, igualmente, incapacitaba a los monarcas a ello, por lo cual se situaban en contra del absolutismo. Jean Empezó a frecuentar diversos círculos de discusión sobre la doctrina que le produjeron muchos enemigos. Lorena se sentía temerosa de estas reuniones, ya que en otros lugares habían dado lugar a enfrentamientos violentos.  Una tarde, mientras ella se ocupaba de sus hijos en el jardín disfrutando de una bonita tarde primaveral, se oyó aproximarse a la vivienda un caballo a galope y una tea ardiendo fue arrojada por una de las ventanas de su palacete, justo en la habitación donde Jean hacía las cuentas de la tienda. El fuego lo envolvió todo. Lorena y las sirvientas lograron ponerse a salvo junto con los niños y escapar del incendio, pero Jean…no lo logró. Las llamas devoraron la estancia en la que él se encontraba.

            De nuevo el palacete y otro Rouen se enfrentaban al infortunio. De nuevo el fuego arrasaba la vida y el amor. De nuevo volverían a crecer las malas hierbas en un solar abandonado.

 


miércoles, 18 de noviembre de 2020

 



                                             “Crónica de sucesos”

La muerte ha vuelto a dar a otra mujer el descanso eterno.

La ha sacado del túnel del horror diario,

la ha llevado a la anulación de su dolor

en manos del ser que tantos besos le dio la primera noche.

 

Cuando  él la tuvo sola

 en su confortable sábana de deseo,

le hizo creer que la vida entre sus brazos era el principio y el fin.

Y fue el fin,

 pero no el ansiado por su amor.

 

La paseó antes por el miedo,

le enseñó lo que duelen los sueños ,

le mostró el camino que le conducía

hacia donde tantas mujeres, muertas en vida,

lloran la muerte de tantas mujeres

vivas en su propia muerte.

 

Y hoy

 y mañana,

desde el rincón del recuerdo

donde se almacenan las crónicas de sucesos,

alguien busca una razón que le enseñe

qué pasó aquella madrugada

donde el amor se volvió hielo,

y toda su vida se quebró

entre las manos del extraño conocido

que un día se cruzó en su camino.

domingo, 1 de noviembre de 2020





            ALBERGUE DE LAS O LAS ALTAS

 II PARTE


Y de pronto el cielo arrancó a abrirse. En las ciudades, donde hacía tiempo no se veían las estrellas ni la luna, comenzaron a vislumbrarse luceros en el horizonte nocturno; el sol fue posándose en aquellos rascacielos que no habían visto la luz sobre sus cristales desde mucho antes de que las negras nubes lo cubriesen todo. Poco a poco, aquella noche eterna y oscura llegaba a su fin. Habían sobrevivido muchos, otros se habían quedado en el camino, otros habían enfermado de por vida, la falta de luz solar les había dejado las defensas casi anuladas, convirtiéndose en enfermos crónicos de todo.

 Y mientras gran parte de la humanidad moría oculta en oscuras madrigueras, esperando una señal, la tierra fue sanando gracias a las rendijas que iban filtrando el amanecer de una nueva claridad. Hasta el día en que la misma tierra acabó con aquello que había dejado salir de sus entrañas: ese extraño humo que llenó los cielos. Sanó la tierra, se limpió el aire, los animales volvieron a correr por sus rincones y empezaron a verse los hombres. Comenzaron a salir de todos los agujeros aquellos que llevaban tiempo sin abandonar su confinamiento. Una generación había nacido creyendo que su mundo era un lugar lúgubre y su cielo el techo de cualquier cobijo.

 A nosotros, que habíamos estado metidos en un túnel, en un pozo sirviendo de futuro alimento a extraños comensales, junto con otros desgraciados, ajenos al terror que también vivía el mundo, nos llegó también la hora.

Cuando me trajeron a este lugar, no sabía dónde estaba. La tarde que llegué al albergue estaba agotada, vine huyendo de algo oscuro que amenazaba el planeta y que nadie sabía qué era. Al entrar me recibieron deseosos de darme ayuda, a mí y a los que venían conmigo. Nos dieron de comer y luego una cama en la que descansar, donde nos sumimos rápidamente en un profundo sueño. Al despertar nos encontramos en este pozo, un pozo en el cual hemos permanecido ajenos a todo desde entonces. No sé cómo llegamos a él… Y solo supe la aterradora verdad cuando encontré una nota escondida en una grieta de la pared, alguien desesperado la dejó allí. Al leerla, el miedo, el horror, la desesperación y la incertidumbre se apoderaron de todos los que nos encontrábamos en ese espacio unidos por la fatalidad. Ya no intuíamos nuestro destino…, ahora lo sabíamos. Seríamos carne fresca para nuestros captores.

viernes, 20 de marzo de 2020



                                    
DESTIERRO LUNAR
                                            



¾    Despierta, mi amor, ya estamos aquí, en nuestro destino final.

¾    ¡Qué pronto, si acabamos de salir ¡¿Me he dormido?

¾    Si, caíste en un largo sueño desde que zarpamos. Tres días has estado en los brazos de Morfeo.

¾    Lo que no acabo de entender, mamá, es por qué no hemos podido quedarnos en la tierra, todo era tan “humano” allí. Al fin y al cabo, huimos de nuestro país para salvarnos de la guerra y siempre pensamos que en otro sitio nos tratarían bien…aquí es todo tan distinto. Tendremos que ponernos para salir del campamento una escafandra y, si queremos andar y dar un paseo, usar esos trajes tan pesados que me hacen daño en las piernas. Ya sabes en el ensayo el trabajo que me costó ponérmelo y, más aún, quitármelo. Y lo peor de todo, esa temperatura.

¾    Lo sé, hijo, pero no podíamos quedarnos allí, no había sitio en el refugio, ¡somos tantos los que hemos salido huyendo! y la comida escaseaba. Además, no sé qué pasa ahora en el mundo al que llaman civilizado que nos odian tanto. Tal vez sea el color de nuestra piel, nuestras creencias, nuestras costumbres…o nuestra hambre.

¾    Pero si somos iguales a ellos, mamá. Yo creo en su mismo dios, mi piel es solo un poco más oscura, pero si me hago una herida mi sangre es del mismo color. Y las costumbres, bueno es como todo, siempre se pueden cambiar si hace falta. En cuanto al hambre, podríamos haber trabajado para ganarnos el pan. Papá siempre ha sido un buen profesor y sabe hacer de todo, tu eres enfermera y yo, yo soy un buen estudiante…

¾    Piensa en las palabras de tu padre: vamos a vivir en el lugar que dirige las corrientes marinas, que rige el día en el que paren las mujeres, en el lugar donde nacen los sueños, en el sitio donde se inspiran los poetas, el rincón donde están las mentes de los enamorados. Todas las generaciones han amado la luna, incluso muchas la han venerado.

¾    Tenemos suerte, porque nosotros “siempre estaremos en la luna…”




sábado, 25 de enero de 2020



                        "Albergue de las olas altas







 El recorrido estaba llegando a su fin coincidiendo con el ocaso del día, el cansancio se había ido incrementando con el transcurrir de las horas, y ya era imposible que nuestros pasos nos llevasen mucho más lejos. Al pasar un cerro, vimos una larga y antigua nave oxidada y envejecida por el salitre del mar, en lo alto de su desvencijado techo, un cartel medio caído que ponía: "Albergue de las olas altas”. Aquel sitio parecía algo lúgubre y abandonado para ser un albergue, sí, más bien parecía una antigua herrería donde la fundición hubiese huido del ruido de las altas olas, como su nombre ponía. Pero para nosotros fue todo un respiro encontrar un sitio alejado de las piedras y la sucia arena de aquella inhóspita playa. Así que nos acercamos a la puerta y llamamos; nadie acudió a nuestra llamada, pero esta se abrió sola y, sin pensarlo, entramos en busca de quien nos atendiese. Pocos segundos después, apareció un hombre muy grande con una extraña pelambrera y un cuchillo en la mano que se presentó ante nosotros como uno de los encargados del albergue, pidiéndonos disculpas por no habernos abierto la puerta antes, pero estaba en la cocina preparando cena y no había escuchado nada. Fue muy amable y nos ofreció comida y cama por un módico precio. Aunque hubo algo que no nos gustó nada: la cama debíamos compartirla con muchas otras personas que, como nosotros, era lo único que habían encontrado en este siniestro lugar. Comimos una sabrosa carne con patatas asadas y un vino con un extraño sabor dulzón, picante y demasiado denso para nuestro paladar; la carne, al parecer, era de su propia granja, así que imaginamos que sería alguna especie de ave parecida al pollo, incluso había trozos que sabían a liebre. El vino también lo elaboraban allí. Una vez que acabamos, pudimos entrar en unos aseos que, en comparación con todo lo que nos rodeaba, estaban muy limpios. Luego otro hombre distinto, pequeño y con unos ojos azules y fríos, nos condujo a una larga habitación con dos filas interminables de camas paralelas donde dormían muchas personas de ambos sexos. No se oía casi nada, algunos movimientos entre las sábanas, algunos suspiros, alguna respiración entrecortada…pero lo que de verdad sorprendía era que entre esa gran cantidad de personas que estaban allí dormitando, el ruido era casi imperceptible, como si la mayoría de ellas estuviesen en un profundo y silencioso sueño. Y el olor era casi insoportable… olía a muerte. Nadie advirtió nuestra presencia ni se percató de los nuevos visitantes cuando nos metimos en la larga cama, esperando que aquel olor desapareciese y el sueño obrase milagros. Así estuvimos intentando dormir durante un rato, pero era imposible, aquel sitio, a pesar del silencio, no nos dejaba conciliar el sueño, por lo cual, un poco más descansados que cuando llegamos, decidimos seguir nuestro camino. Aunque pronto caería la noche cerrada, aún nos quedaban un par de horas de tenue luz, incluso la penumbra en un lugar desconocido sería mejor que seguir en aquel recinto que cada vez más nos producía más temor.
Cargamos nuestros bártulos, que eran pocos, y emprendimos el camino hacia la puerta. En el pequeño tramo que anduvimos hasta la salida, no encontramos a nadie. Parecía que nuestros anfitriones se habían también retirado. Sin pensar en otra cosa, nos dirigimos hacía el camino que antes habíamos traído hasta llegar al albergue. Cuando ya nos aproximábamos a la salida, unos hombres empujando unas carretillas, ataviados con ropajes grises, capas negras, roñosas y largas y mugrientas barbas se nos acercaron, nos pararon y nos preguntaron qué a dónde íbamos, la puerta estaba cerrada hasta el día siguiente. En ese momento, la señal de alerta que se nos había encendido en el interior del edificio se hizo más fuerte y el miedo se adueñó de nosotros. Les dijimos que ya habíamos descansado lo suficiente y que reemprendíamos nuestro viaje. Dijeron que lo sentían, pero tendríamos que esperar a que se abriera la puerta, si intentábamos irnos, no tendrían más remedio que impedirnos el paso, eran sus normas... No sabíamos que hacer. De pronto llegaron más, con más carretillas…y lo vimos: gatos muertos y en estado de descomposición llenaban los armatostes, era asqueroso y apestaba a carne en putrefacción…y había más: de entre los pellejos y carnes se entreveían otro tipo de animal… El horror se hizo sentir en nuestras venas dejándonos paralizados y sin poder gritar del miedo, eran hombres muertos, tan corrompidos como los gatos y aún llevaban pegados a sus cuerpos restos de ropas. Al fondo del camino, nos pareció ver a otros tipos, tan horripilantes como estos o más, arrastrando lo que parecían cadáveres humanos. La imagen era repugnante, nauseabunda, aterradora…indescriptible. Uno de los hombres que portaban aquel horrendo espectáculo le dijo al otro: ¿qué, que se te escapa la comida de mañana?
Eso éramos nosotros junto con aquellos asquerosos gatos: la comida de los días siguientes. Y…los que dormitaban en aquellas siniestras camas, serían la de mañana. Entonces ¿qué habíamos comido nosotros hoy? Si lo que nos supo a liebre eran gatos… ¿Qué era lo que nos supo a pollo? ¿Y aquel extraño y pegajoso vino…?

     Imposible escapar, nos rodearon y nos vimos envueltos en una especie de red pegajosa y maloliente, aquellas caras habían perdido todo atisbo de humanidad y en sus rostros tan solo quedaban marcas de otros seres que habían intentado huir de aquel sanguinario destino.
Ahora, escribo desde un pozo en cuyo fondo tan solo estamos los que próximamente pasaremos por el escalofriante matadero de esta extraña playa. Aquí entre las ranuras de la pared, dejo esta historia…aunque no creo que nadie la vuelva a leer, pues me temo que nadie saldrá de aquí salvo para ser manjar de siniestros y espeluznantes depredadores.




domingo, 28 de julio de 2019



Resultado de imagen de bocetos de abrazos


Habitar entre tus brazos


Hoy no puedo dejar de habitar entre tus brazos.

Será por miedo a quemarme por el sol del mediodía,

será que la luna ha dejado tu rastro sobre mi cuerpo

y no quiero borrarlo.

Hoy no quiero dejar ir tu abrazo.

Él me conduce a un mar de tranquilos pensamientos,

me reencuentra con la infancia relegada,

con las risas inocentes que vivían un presente eterno.

Añoradas por el resto de las edades y el paso del tiempo.

Lejana infancia convertida fugaz adolescencia,

 jugando sus días con la efímera juventud,

hasta llegar a hoy: cúmulo de años

que atraviesan mi cuerpo…

En ti recupero el paso de la vida.

En tus brazos alcanzo la plenitud de los días.

El paso de las horas se hace leve, discreto, pleno.

Tu cuerpo me baña con la brisa fresca del deseo,

con la suave magia del sentir sereno,

con la pasión sabia del vivir completo.

Deja que al menos hoy me refugie entre ellos

 y recargue mi corazón con tus besos.

jueves, 18 de julio de 2019



 LA CARA OCULTA

 DE LA LUNA


 
Ya estamos aquí, por fin todos reunidos, deberíamos hablar de la falta de inspiración por la que estamos atravesando todos los poetas. Desde hace más de un mes, no se escriben versos, y aquellos que lo intentan tan sólo consiguen unas líneas que van a parar a la basura.
   No sabemos qué ha ocurrido. Desde el último eclipse lunar, nuestra inspiración ha desaparecido, las musas nos han abandonado. Algunos dicen que ha sido la luna que ha rotado y está mostrándonos su cara oculta, otros que la gravedad de la tierra ha acercado demasiado el satélite y hace que las ideas se crucen convirtiéndolas en absurdas. Esto está tomando unas dimensiones preocupantes.
   ¿Qué va a ser de la tierra sin poesía? ¿Dónde van a ir los versos de los poetas? Ayer vino un sabio a hablar con algunos de nosotros, estaba alarmado: ¿y si esto empieza a pasar en más campos?, ¿y si no se escriben más novelas?,¿y si poco a poco se van marchando las ideas?... En ese caso, ¿cuánto tiempo le quedaría a la tierra?, ¿dónde irían a parar los pensamientos? ¿se quedarían en blanco las mentes nuestras? De momento tan sólo está aconteciendo en la poesía…pero, aunque no pasase de aquí este hecho…, ¿cómo vamos a vivir en un mundo sin poetas?










 LA AGONÍA DEL OLVIDO

El olvido consumiendo el paso de los días,

aprovechando  el vacío de las horas muertas.

El silencio galopando sobre los minutos

que no saben sumarse entre ellos

para transformarse en horas completas.

La espera inútil del transcurrir del tiempo

dirigiéndose inexorablemente hacia el fin de los días.

La pérdida de sueños como telón de fondo,

convirtiendo en invisible su presencia.

Dejar que el rumor de la vida con voz ausente

se lleve las esperanzas que nacieron al amanecer.

Adiós pero por etapas.


Larga agonía la del olvido.