ALBERGUE DE LAS O LAS ALTAS
II PARTE
Y de pronto el cielo arrancó a abrirse. En las ciudades, donde hacía tiempo no se veían las estrellas ni la luna, comenzaron a vislumbrarse luceros en el horizonte nocturno; el sol fue posándose en aquellos rascacielos que no habían visto la luz sobre sus cristales desde mucho antes de que las negras nubes lo cubriesen todo. Poco a poco, aquella noche eterna y oscura llegaba a su fin. Habían sobrevivido muchos, otros se habían quedado en el camino, otros habían enfermado de por vida, la falta de luz solar les había dejado las defensas casi anuladas, convirtiéndose en enfermos crónicos de todo.
Y mientras gran parte de la humanidad moría oculta
en oscuras madrigueras, esperando una señal, la tierra fue sanando gracias a
las rendijas que iban filtrando el amanecer de una nueva claridad. Hasta el día
en que la misma tierra acabó con aquello que había dejado salir de sus entrañas:
ese extraño humo que llenó los cielos. Sanó la tierra, se limpió el aire, los
animales volvieron a correr por sus rincones y empezaron a verse los hombres. Comenzaron
a salir de todos los agujeros aquellos que llevaban tiempo sin abandonar su
confinamiento. Una generación había nacido creyendo que su mundo era un lugar
lúgubre y su cielo el techo de cualquier cobijo.
A nosotros, que habíamos estado metidos en un
túnel, en un pozo sirviendo de futuro alimento a extraños comensales, junto con
otros desgraciados, ajenos al terror que también vivía el mundo, nos llegó
también la hora.
Cuando me
trajeron a este lugar, no sabía dónde estaba. La tarde que llegué al albergue
estaba agotada, vine huyendo de algo oscuro que amenazaba el planeta y que
nadie sabía qué era. Al entrar me recibieron deseosos de darme ayuda, a mí y a
los que venían conmigo. Nos dieron de comer y luego una cama en la que descansar,
donde nos sumimos rápidamente en un profundo sueño. Al despertar nos
encontramos en este pozo, un pozo en el cual hemos permanecido ajenos a todo
desde entonces. No sé cómo llegamos a él… Y solo supe la aterradora verdad
cuando encontré una nota escondida en una grieta de la pared, alguien
desesperado la dejó allí. Al leerla, el miedo, el horror, la desesperación y la
incertidumbre se apoderaron de todos los que nos encontrábamos en ese espacio
unidos por la fatalidad. Ya no intuíamos nuestro destino…, ahora lo sabíamos. Seríamos
carne fresca para nuestros captores.
Cada atardecer, por un túnel que tenía acceso al pozo donde nos encontrábamos, nos traían comida y se llevaban a unos cuantos. Nunca volvíamos a verlos. Así un día y otro y otro… Pero llegó un momento en que nadie vino a buscarnos. Pasaron varios días y el hambre superó al miedo que en otras ocasiones nos paralizaba. Durante un tiempo, los pocos que habían intentado escapar habían sido recibidos con un aluvión de balas. Pero ahora nadie interfirió nuestro intento de huida, pudimos romper la puerta y avanzar por el pasadizo por el cual se habían ido llevando uno a uno a los que allí estábamos presos del terror. Con mucha cautela, salimos por aquel asqueroso túnel al exterior. Al salir a la superficie nos encontramos rodeados de cadáveres por todas partes. Aquellos que habían sido nuestros carceleros estaban corrompiéndose en el suelo; eran víctimas y comida para todo tipo de depredadores que se estaban dando un gran festín. El silencio lo inundaba todo, tan sólo los graznidos de las aves rompían de alguna manera el denso aire que se respiraba. Silencio, vacíos… y un sol radiante mezclado con un fuerte olor a mar.
Empezamos a andar muy lentamente, no sabíamos
lo que había pasado fuera, habíamos estados cautivos y aislados por esas criaturas
durante muchas semanas, tal vez meses, o quizá años. El contar del tiempo se
había ralentizado, nosotros habíamos envejecido sin darnos cuenta, los días
habían pasado sobre nosotros como un somnífero... Nunca tuvimos la certeza de
qué habíamos huido, si tan solo fue una oleada de pánico ante lo desconocido o
había sido algo más. Ignorábamos que la tierra había estado presa de una
terrible y negra niebla que enfermaba a los hombres, manteniéndolos recluidos en
refugios, huyendo de una muerte segura. Ahora solo queríamos ir al encuentro de
la libertad, recuperar nuestras vidas y dejar atrás muchas imágenes
horripilantes.
Tras un tiempo de marcha, empezamos a llegar a
los primeros pueblos del camino. Había gente saliendo de zulos, pálidos,
algunos enfermos, pero emocionados por volver. ¿Qué había pasado? ¿Acaso ellos
habían estado también atrapados por el horror?...
Alguien nos
contó una historia increíble: en la corteza terrestre habían empezado a abrirse
cráteres por todas partes y de ellos salía un humo negro irrespirable para los
humanos que quemaba los pulmones. Día tras día, el cielo se volvió denso y
negro. El sol empezó a perder su brillo, dando paso a una cruel y total
oscuridad. Los animales, domésticos o no, huyeron despavoridos, no se sabe a
dónde. Pocos lograban ver más allá de unos metros y tan solo podían preocuparse
por ellos mismos. Muchos murieron, otros se refugiaron en estaciones de metro,
en sótanos de garajes, en refugios nucleares (que por aquel entonces habían
empezado a proliferar por todas partes debido a la situación mundial y el miedo
a una guerra bacteriológica). Pronto, los más fuertes y preparados empezaron a
colocar en estos lugares máquinas enormes que filtraban el aire, pero nadie podía
salir de allí, nadie, ya que los que lo intentaban no llegaban con vida más
allá de varios pasos.
Cada cierto tiempo llegaban camiones con
alimentos: latas, cajas de zumos y leche, sobre todo, junto con material de
higiene. Algunas veces, pocas, ropa. Y así pasó una generación, los mayores se
fueron y los jóvenes subsistieron. Hasta que las máquinas de aire una mañana
dejaron de funcionar y unos pocos se arriesgaron a salir: silencio y desolación
fuera, pero lucía el sol y se podía respirar sin mascarilla ni ayuda. Todos
fueron saliendo de sus refugios con gran cautela. Los pájaros volaban en un
cielo casi azul y el ruido del aire zumbaba, agradablemente, en el oído.
Ahora empezábamos a vivir en un
mundo nuevo. O al menos distinto. Otros valores, tal vez… por algún tiempo.
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