domingo, 1 de noviembre de 2020





            ALBERGUE DE LAS O LAS ALTAS

 II PARTE


Y de pronto el cielo arrancó a abrirse. En las ciudades, donde hacía tiempo no se veían las estrellas ni la luna, comenzaron a vislumbrarse luceros en el horizonte nocturno; el sol fue posándose en aquellos rascacielos que no habían visto la luz sobre sus cristales desde mucho antes de que las negras nubes lo cubriesen todo. Poco a poco, aquella noche eterna y oscura llegaba a su fin. Habían sobrevivido muchos, otros se habían quedado en el camino, otros habían enfermado de por vida, la falta de luz solar les había dejado las defensas casi anuladas, convirtiéndose en enfermos crónicos de todo.

 Y mientras gran parte de la humanidad moría oculta en oscuras madrigueras, esperando una señal, la tierra fue sanando gracias a las rendijas que iban filtrando el amanecer de una nueva claridad. Hasta el día en que la misma tierra acabó con aquello que había dejado salir de sus entrañas: ese extraño humo que llenó los cielos. Sanó la tierra, se limpió el aire, los animales volvieron a correr por sus rincones y empezaron a verse los hombres. Comenzaron a salir de todos los agujeros aquellos que llevaban tiempo sin abandonar su confinamiento. Una generación había nacido creyendo que su mundo era un lugar lúgubre y su cielo el techo de cualquier cobijo.

 A nosotros, que habíamos estado metidos en un túnel, en un pozo sirviendo de futuro alimento a extraños comensales, junto con otros desgraciados, ajenos al terror que también vivía el mundo, nos llegó también la hora.

Cuando me trajeron a este lugar, no sabía dónde estaba. La tarde que llegué al albergue estaba agotada, vine huyendo de algo oscuro que amenazaba el planeta y que nadie sabía qué era. Al entrar me recibieron deseosos de darme ayuda, a mí y a los que venían conmigo. Nos dieron de comer y luego una cama en la que descansar, donde nos sumimos rápidamente en un profundo sueño. Al despertar nos encontramos en este pozo, un pozo en el cual hemos permanecido ajenos a todo desde entonces. No sé cómo llegamos a él… Y solo supe la aterradora verdad cuando encontré una nota escondida en una grieta de la pared, alguien desesperado la dejó allí. Al leerla, el miedo, el horror, la desesperación y la incertidumbre se apoderaron de todos los que nos encontrábamos en ese espacio unidos por la fatalidad. Ya no intuíamos nuestro destino…, ahora lo sabíamos. Seríamos carne fresca para nuestros captores.