Cuento

La vuelta a la realidad
"Horizontes perdidos"
Por aquel entonces, la moral y las
costumbres en aquel valle se había ido relajando y diluyendo con el paisaje que
aislaba el mundo del lugar. Durante mucho tiempo la vida entre esas montañas
había dejado a sus habitantes fuera del fluir del tiempo, y con ello habían
creado una manera más libre de ver la vida, apartados de prejuicios y doctrinas
que empañasen sus mentes. Era un pueblo de amantes, donde el amor se vivía de
forma plena y las relaciones entre las personas iban y venían con entera
libertad. Las leyes no marcaban pautas y las flores crecían a su libre
albedrío.
Cuando Gabriel llegó allí, tras un largo
recorrido perdido entre las montañas, descubrió algo insólito para él que venía
de una gran urbe, descubrió el sentido pleno de la palabra amor. Después de
varios días de ser atendido en una especie de hospital, donde trataron su
cansancio y su deshidratación, lo incorporaron a su mundo y lo introdujeron en
sus costumbres. De esta manera, Gabriel se fue enamorando de una de las mujeres
que se habían preocupado de su restablecimiento, se llamaba Diana, como la
diosa romana de la caza, protectora de la naturaleza y la luna. Cuando Diana
descubrió el amor de Gabriel, ella, enamorada también, corrió a sus brazos para
demostrarle su querer, así entre los dos nació la pasión y todas las noches se
convirtieron en una sola, ambos envueltos por el mayor de los placeres. Nada
paraba sus deseos, salvo la necesidad de alimento y sueño, y estos se
convirtieron en profundos y eternos: las caricias recorrían ambos cuerpos
confundiendo las pieles, los fluidos se mezclaban,los besos se alargaban hasta el amanecer, y el tiempo no existía entre
aquellas paredes. Todo fluía, sin embargo Gabriel añoraba otros tiempos, otras
gentes y otras tierras. Una mañana le
propuso a Daniela salir de aquel paraíso para cruzar las montañas y escapar de
aquel maravilloso valle que con los días se le fue antojando como una cárcel,
para volver a la civilización. Partieron al amanecer, transitaron por laderas
escarpadas, anduvieron cruzando ríos, saltaron pasos y dejaron atrás la vida de
ella, por la de él. Al llegar a la civilización, el aire se volvió denso; el
ruido, atronador; la visión, desoladora, pero Gabriel de la mano de Daniela
entró en su ciudad e inauguró una vida.
Pasó
el tiempo, los años se cobraron la alegría y trajeron las tristezas. Entonces una
mañana gris envuelta en tiniebla, Daniela hizo su equipaje e invitó a Gabriel a
volver a su tierra. Gabriel, cansado, tardó en decidirse, pero lo hizo. Esta vez
la partida fue al atardecer, y cruzaron ríos, subieron montañas, anduvieron por
valles abandonados y solitarios. Cuando llegaron al lugar, lo habían amurallado
para entrar y Daniela tuvo que demostrar quién era, pero ya no era ella, aunque
los dejaron pasar. Allí descubrieron lo que habían abandonado: unas vidas sin
prejuicios marcadas por el feliz paso de los días, un oculto y moderno shangri-la, pero
sus cuerpos viejos y cansados tan sólo pudieron recobrar un poco de aliento y
murieron. La gente del lugar les hizo un bonito entierro, cubiertos ambos de
pétalos de rosas incineraron sus restos.
Y cuando
algún niño preguntaba ¿Quiénes son? Contestaban: unos que cambiaron sus sueños
por realidades y huyeron de la felicidad. Ahora, al menos, descansarán donde
debían estar.