lunes, 21 de marzo de 2016






                                           REFUGIADOS

Salieron al atardecer acompañados únicamente por el miedo y algunos papeles que le hiciesen más fácil la huida, ya que desde hace días sólo se escuchaban los gritos de la tormenta que lo destrozaba todo. Aquella vieja mujer escondía su aterrorizado semblante bajo un oscuro velo y sostenía la mano de un niño que temblaba de frío. Cuando llegaron lejos de la frontera, tras días de huida del terror que los perseguía, descansaron en un solar derruido desprovisto de todo aquello que les pudiera ofrecer seguridad. A pesar del cansancio, la mujer vivió la noche vigilante ante la muerte que se desplazaba de un lado a otro sin distinguir ningún claro objetivo. El niño arrastró entre sus sueños temblores de espanto que quedarían para siempre escritos en su memoria. Al día siguiente renovaron la marcha, con más hambre, más frío y más miedo. Cuando llegaron a su destino unas manos distintas los acogieron y pensaron que el trayecto había acabado. Lo que no sabían es que aquella tormenta de la que huían había crecido dentro de los corazones de los hombres y los había engullido. Ya no había destino donde llegar, tampoco existía el camino de vuelta. Todo era oscuridad.