Como un resplandor en mi camino
afloras a mi vida cada cierto tiempo.
No te quedas.
Eres como la marea que baja y sube
dejando olvidada en la orilla
su anhelada espuma marina.
Vas y vuelves.
Apareces como un reflejo
por unos momentos, segundos,
y te deslizas entre mis dedos y huyes
como el ágil camaleón que escapa
de la manos que intenta conquistarlo.
Será
que en mi ribera no encuentres
agua que te retenga
y yo no sea más que un canto rodado
depositado en la arena
o en una arista de tu vida,
o un meandro donde aligerar tus pasos,
o pausa precisa en busca del puerto,
o puede que sea tu playa perdida
y quizá la halles entre las tormentas
de la vida, algún día.
Tú
eres la inestable llama
que enciende mis
nostalgias
y mis anhelos,
fuente de impulsos y ansiedades,
balón de oxígeno,
lágrima ingenua.
Apareces con mis días
de paz
y mis noches de guerras.
Ni siquiera
sé cuánto te quiero,
si te quiero, si me quieres,
o si te he querido desde siempre
y hasta siempre te quiero.
¿Sería
mi vida igual sin tu reflejo?
¿Dormirían mis noches sin tu recuerdo?
Cuando
dices que vienes y no llegas,
mi espíritu se rebela contra tu esencia.
Luego, pasa el tiempo,
silencio en el alma
y duelo en el pecho.
Pero
no huyo de ti
aunque, tal vez, lo
hiciera,
porque hay un lazo invisible
que nos sentencia
y hace que sea
muy breve el encuentro
y muy extensa la espera.