viernes, 5 de junio de 2015


Como un resplandor en mi camino
afloras a mi vida cada cierto tiempo.
No te quedas.
Eres como la marea que baja y sube
dejando olvidada en la orilla
su anhelada espuma marina.

Vas y vuelves.
Apareces como un reflejo
por unos momentos, segundos,
y te deslizas entre mis dedos y huyes
como el ágil camaleón que escapa
de la manos que intenta conquistarlo.

Será que en mi ribera no encuentres
agua que te retenga
y yo no sea más que un canto rodado
depositado en la arena
o en una arista de tu vida,
o un meandro donde aligerar tus pasos,
o pausa precisa en busca del puerto,
o puede que sea tu playa perdida
y quizá la halles entre las tormentas
de la vida, algún día.

Tú eres la inestable llama
 que enciende mis nostalgias
y mis anhelos,
fuente de impulsos y ansiedades,
balón de oxígeno,
 lágrima ingenua.

 Apareces con mis días de paz
y mis noches de guerras.

Ni siquiera sé cuánto te quiero,
si te quiero, si me quieres,
o si te he querido desde siempre
y hasta siempre te quiero.

¿Sería mi vida igual sin tu reflejo?
¿Dormirían mis noches sin tu recuerdo?

Cuando dices que vienes y no llegas,
mi espíritu se rebela contra tu esencia.
Luego, pasa el tiempo,
silencio en el alma
y duelo en el pecho.

Pero no huyo de ti
 aunque, tal vez, lo hiciera,
porque hay un lazo invisible
 que nos sentencia
 y hace que sea muy breve el encuentro
y muy extensa la espera.