EL PASO POR LA VIDA
Van pasando los años,
y cuando te das cuenta,
ya hace más de sesenta
otoños de lo vivido
en nuestra trayectoria.
Miras atrás,
evalúas tu vida
y ves como los momentos
donde no podías esperar el futuro
se han convertido en recuerdos
almacenados en la maleta de tus días
y horas escondidas.
Ahora estás aquí,
disfrutando el valor de la experiencia,
para vivir más intensamente
el paso de los minutos
por nuestra historia.
Aferrándonos al momento
que cada mañana renace
con el nuevo amanecer.
Es la hora de recoger los frutos,
es la hora de vivir en el presente,
de seguir luchando con nuestras manos
llenas de vivencias viejas,
junto con nuevas vivencias.
(Mis nuevos poemas que van naciendo...)
Un sitio donde respirar
miércoles, 28 de mayo de 2025
viernes, 1 de diciembre de 2023
Mientras recorro semáforos en rojo,
paso por vías insondables,
amo entre los portales del tiempo
y convierto mi vida en un paso de cebra interminable
donde las rayas paralelas proclaman
el bucle del tiempo y el pasar del devenir.
Escribo, leo y someto mi pensamiento
a la información ajena que me abra
una luz al entendimiento.
lunes, 13 de septiembre de 2021
A todos aquellas personas a las que su cuerpo traiciona, pero su mente sigue intacta.
A ellas toda mi admiración, mi dolor y el mayor respeto a cualquier decisión.
Tu cuerpo ya no está contigo.
Atraviesa en soledad su desconcierto
bajo el paso insondable de días grises.
Tu cuerpo te ha abandonado.
No te responde.
Se arrastra sin compasión encarcelado
bajo el yugo de la cruel enfermedad.
Tu cuerpo es tu celda,
tu encierro,
tu cautivador
y tu cautivo.
Tu vida está encerrada bajo el óxido
del paso de las horas muertas,
de los instantes perdidos.
Tu cuerpo te traiciona
prisionero de tu horrible fatalidad.
Tienes tu mente quebrada
por el dolor del encierro,
pero estás ahí.
Sigues vivo...
jueves, 28 de enero de 2021
"Hic et nunc"
Después de tantos tormentos,
de rosas marchitas
y hojas secas de otoño,
con una sola lágrima
limpié mi alma.
Mis lágrimas se han vuelto
densas y purificadoras.
He aprendido
a hacerme fuerte,
a llorar la pena
solo un instante.
Pues como dijo alguien:
“tras ciertos infiernos,
no cualquier demonio te quema”
y ahora el momento
es lo único que existe.
Vivimos en un mundo pendiente del futuro,
soñando con lo que va a llegar,
llorando aflicciones que, probablemente, nunca sufriremos
y forjando destinos cambiantes.
Ajustemos el presente a nuestra vida,
gocemos el amor con la intensidad soñada.
"aquí y ahora", "Hic et nunc"
Hagamos de esto nuestra única realidad.
miércoles, 2 de diciembre de 2020
LA CARA OCULTA DE LA LUNA
Ya estamos aquí ¡ por fin todos reunidos! Deberíamos hablar de la falta de
inspiración por la que estamos atravesando todos los poetas. Desde hace más de
un mes, no se escriben versos, y aquellos que lo intentan tan sólo consiguen
unas líneas que van a parar a la basura.
No sabemos qué ha ocurrido. Desde el último eclipse lunar, nuestra
inspiración ha desaparecido, las musas nos han abandonado. Algunos dicen que ha
sido la luna que ha rotado y está mostrándonos su cara oculta, otros que la
gravedad de la tierra ha acercado demasiado el satélite y hace que las ideas se
crucen convirtiéndolas en absurdas. Esto está tomando unas dimensiones
preocupantes.
¿Qué va a ser de la tierra sin poesía? ¿Dónde van a ir los versos de los
poetas? Ayer vino un sabio a hablar con algunos de nosotros, estaba alarmado:
¿y si esto empieza a pasar en más campos?, ¿y si no se escriben más novelas?,¿y
si poco a poco se van marchando las ideas?... En ese caso, ¿cuánto tiempo le
quedaría a la tierra?, ¿dónde irían a parar los pensamientos?, ¿se quedarían en
blanco las mentes nuestras? De momento tan sólo está aconteciendo en la
poesía…pero, aunque no pasase de aquí este hecho…, ¿cómo vamos a vivir en un
mundo sin poetas?
TAN ALTA COMO LA LUNA
“Quisiera ser
tan alta como la luna,
¡Ay, ay!
Como la luna,
Como la luna…”
-_- ¡Vaya! ya estás otra vez en la luna! ¿Y esa
canción? No la había escuchado desde hacía mucho tiempo, me la cantaba mi
abuela…
__- Pues yo
se la he oído a una mujer de cara redonda y ojos profundos que anda algunas
veces cerca del colegio. Me encanta, es de una niña que desea muchas cosas a la
vez, o algo así. Y la mujer es muy rara, va vestida con un amplio traje blanco
y brillante y siempre nos mira con ojos embelesados y, cuando no canta, recita
poemas sobre cohetes y hombres que aterrizaron sobre ella hace mucho tiempo. Yo
creo que está algo loca, pero es muy divertida. Dice que tres astronautas le
hicieron cosquillas cuando la visitaron y que, desde entonces, una vez al mes,
cuando es luna llena, se abre un camino de polvo de estrellas y baja a la
tierra para buscarlos y vuelvan con ella. Algunas niñas dicen que no debemos
acercarnos ni escuchar sus poemas, que nos puede hacer daño o llevarnos del
colegio, pero yo creo que simplemente está muy sola porque no encuentra a sus
amigos y quiere que la ayudemos.
___ Bueno, hija. Yo también pienso que está un poco
loca, pero no creo que os haga daño, a veces la soledad hace que hagamos cosas extrañas.
Pero, por si acaso, no te vayas a ir nunca con ella. No quisiera tener que
viajar en el espacio para ir a recogerte entre el polvo de estrellas.
martes, 24 de noviembre de 2020
Del libro “El manuscrito de Aviñón" (año 2016)
Jean y Lorena: siglo XVII. El
retorno de la Peste Bubónica
El caballo agotado y echando
espuma por la boca cayó al suelo para no levantarse más. Pero ella había
conseguido su objetivo, lo había logrado, estaba a salvo a las puertas de una
ostentosa ciudad, lejos de su tierra y sana, había escapado de la Peste que
asolaba España y que en cuatro meses había acabado con gran parte de su ciudad
natal, Sevilla.
Esta ciudad, una de las
más habitadas de Europa, se vio asolada por una epidemia en poco tiempo y
tardaría muchos siglos en recuperarse. En 1649 la actividad
económica de Sevilla, gracias al comercio con América, la situaba en primera
fila. Pero su condición de puerto interior, con el continuo ajetreo de
embarcaciones y personas, sería una trampa que llevaría a la villa a iniciar su
decadencia.
Al principio todo había
parecido un mal menor. Ella, al margen de las habladurías sobre unos gitanos
que habían llegado al puerto, enfermos, y que habían encontrado la muerte en
Triana, seguía disfrutando del sol otoñal después de un caluroso verano y
aquella lluviosa primavera que había anegado la ciudad. Era un clima inusual. Los
naranjos se habían levantado hace unos días con azahar entre sus hojas, no
mucho, pero algunas ramas parecían haberse equivocado de estación. La luz del
sur lo iluminaba todo y en el puerto se oían los gritos de los marineros que
llegaban de las Indias con su mercancía de especias, oro, plata y multitud de
riquezas que llenarían las arcas del rey Felipe IV, “el Grande” o “el Rey
Planeta”, como le llamaban, y financiarían sus batallas y sus crisis dejando a
España en bancarrota. Lo cierto es que aquellas lluvias que inundaron la ciudad,
y que al retirarse las aguas habían dejado las calles llenas de cadáveres de
animales, junto con los calores veraniegos, habían convertido cualquier lugar en
auténticos nidos de ratas y suciedad, y las corruptas autoridades no hacían
nada para evitarlo. Tal vez ese fuese el foco de la infección de la que
hablaban las gentes. Habría que tener cuidado con el agua y no frecuentar
lugares muy masificados.
Para ella todo empezó a
cambiar durante un paseo por el Arenal. Llevaba varios días sin salir de su
vivienda por miedo al contagio de la que parecía ser la temida Peste Bubónica,
pero los víveres se habían terminado y sus padres necesitaban alimento. Ella
era joven y estaba sana, se arriesgaría y lo conseguiría más rápida que algunos
de los criados que empezaban a tener síntomas alarmantes.
Había olor a podredumbre, a desolación, y el
aire estaba denso por las cenizas procedentes de las hogueras que incineraban
enseres, casas y habitantes: cientos de muertos, miles en poco tiempo. En
muchas de las principales puertas de la ciudad se habían abierto enormes fosas
donde tiraban los cuerpos sin identificar y les echaban cal viva. Niños,
mayores, jóvenes, hombres, mujeres; montones de cuerpos se encontraban
abandonados en las calles, para terror de los viandantes, y algunos, escondidos
en las casas, intentaban ocultar a sus muertos, por poco tiempo, porque pronto enfermaban
y morían y las casas eran quemadas con todos sus habitantes dentro.
Lorena quería pensar que
la enfermedad de sus padres nada tenía que ver con la Peste que asolaba la
villa. Su madre llevaba mucho tiempo delicada y casi a las puertas de la muerte,
al menos eso se temía, y su padre, decrépito por la edad y el cansancio de toda
una vida, también se moría, pero de hambre. Los criados tenían debilidad por
los días que llevaban con racionamiento de cualquier tipo de alimento, al menos
eso quería creer ella. Tenía que tener cuidado. Si sospechaban lo más mínimo,
las autoridades los meterían en el mismo saco y pronto un carro maldito los
arrastraría hacía la inmundicia, compartiendo una tumba común donde nunca
podría llorarles. Después de muchas horas logró que le vendieran un trozo de
tocino viejo, queso y algo de pan duro. Compró también vino, aunque parecía
vinagre y más bien le serviría para intentar ahuyentar a las ratas que todo lo
invadían. El camino de vuelta a su casa se le hizo interminable, tedioso, y el
olor a muerte no dejaba respirar. Tuvo que mojar un pañuelo y ponérselo sobre la boca para aislarse del
fuerte hedor que lo envolvía todo y que había convertido las calles en un cementerio.
También tuvo que esconderse de personas desesperadas que robaban e incluso
mataban por un trozo de comida. Todo era mucho peor de lo que esperaba. Cuando
logró llegar y entrar en su vivienda, llamó a gritos a los habitantes de ésta
deseosa de ofrecerles los pocos víveres que había conseguido. Nada le
respondieron. Su padre estaba en la misma cama que su madre, ambos con las
manos entrelazadas, resultaba una estampa entrañable, pero seguían mudos. Al
acercarse más a ellos vio el color gris de sus caras y sintió el frío de sus
miradas. Los dos estaban muertos y los criados habían desaparecido. Era ya
demasiado tarde. Lo peor era que si intentaba enterrarlos, al verla con los
cadáveres, las autoridades pensarían que murieron apestados, como tantos, y
posiblemente que ella también lo estaba y la detendrían. No podía pensar, las
lágrimas lo tapaban todo, se sentó en el suelo sin saber qué hacer: arriesgarse
con el entierro o huir. Así pasó más de un día conviviendo con sus difuntos
padres, hasta que la necesidad de fugarse y el miedo se apoderaron de ella. Al
anochecer, Lorena robó un caballo del establo de un vecino, uno de los pocos que
se había salvado de la quema, e inició la huida de la ciudad. Fue escondiéndose
en cada rincón y de cada sombra. Pero para poder escapar y que la dejaran
atravesar las puertas, se hizo pasar por un enterrador camuflándose con ropa
vieja, una capa y una capucha negra. Luego acompañó a un carro hasta una fosa
común, amarrando el caballo al carromato, así nadie lo intentaría a robar y no
se acercarían, ya que pensarían que estaba infectado. Además, ninguna persona
osaba acercarse a los enterradores. Al fin y al cabo, ellos eran lo más
parecido a la parca.
Así salió de Sevilla,
exhausta, con lo puesto y lo poco que pudo coger de su casa y esconder entre
sus ropajes. Durante más de un mes estuvo por la península escondiéndose de la
Peste que empezaba a asolarlo todo, durmiendo en caminos solitarios, comiendo
lo que podía encontrar sin llamar la atención. Cuando llegó a los Pirineos, se
unió a unos pastores a cambio de algunas monedas que aún le quedaban, cruzó con
ellos a Francia y se dirigió hacia Marsella. Pensó que, al ser puerto de mar,
tal vez, podría coger algún barco hacia las Américas. Imposible, todo estaba
colapsado. De manera que se unió a una caravana de especias que se dirigían a
una ciudad llamada Aviñón. Quedaban
varios días para llegar al destino cuando Lorena se separó de la caravana y
emprendió el camino sola. Antes de llegar a las puertas de la ciudad, vio cómo
se acercaban a ella un grupo de jinetes y puso a galope al caballo temiéndose lo peor… Y ese fue el último recuerdo antes de despertarse en una ostentosa
cama de una casa de Aviñón.
Estaba a salvo. Un
comerciante le había visto caer del caballo y la había llevado a su vivienda, ofreciéndole
alojamiento y cuidados durante los días que había tardado en despertar. Jean,
que así se llamaba, la había encontrado desmayada en el suelo y en mal estado a
las puertas de la ciudad y avisó a un médico: “tan sólo agotamiento y un leve
porrazo en la cabeza al caer del caballo”- fueron las palabras del galeno-.
Pero había dormido varios días atendida por la sirvienta de su protector. Al
despertar, encontrándose bien, se levantó de la cama y se miró a un espejo que
había en la alcoba. Estaba muy delgada, aunque en su rostro no se percibía ya
el agotamiento de días anteriores. Contempló asombrada la cámara en la que se
encontraba: la habitación era muy amplia y alegre, una gran chimenea se extendía
a los pies de la cama y un pequeño balcón se abría a un jardín lleno de flores.
A un lado de éste, sobre un mueble con varios cajones, un bonito jarrón lleno
de rosas amarillas llenaba el aire de aromas. Se sentó en la cama cansada aún y
se puso a rezar, dando gracias a Dios por haberla salvado de la maldición que
asolaba su ciudad. No había terminado sus rezos cuando llamaron a la puerta y
un hombre joven entró en la estancia, no sin pedir permiso antes.
--Buenos días. Me llamo
Jean y se encuentra usted en mi casa. La recogí en las puertas de Aviñón. La vi
caer de su caballo, cuando llegué a su lado había perdido el conocimiento y la
traje hasta aquí. Estamos en un pueblecito al otro lado de las murallas de la
ciudad. La ha visitado el médico y dice que está bien, aunque al parecer llevaba
sin comer varios días y estaba agotada. Aún no ha comido nada, solo caldos que ha
tomado casi dormida, ni se ha enterado. Ahora llamo para que le traigan algo.
--Gracias. Estoy algo
confundida aún. Lo último que recuerdo es que al ver a un grupo de jinetes,
asustada por lo que pudiera pasar, puse mi caballo a galope.
--No se preocupe, es
normal, cuando tome algo podremos hablar.
-- Espere. Quiero darle
las gracias. No todo el mundo ayuda a un extraño. ¿Puedo preguntarle por mi
caballo?
-- Lo siento. Cuando
llegué, estaba muerto. ¿Me dice su nombre?
--Por supuesto, me llamo
Lorena y…
--No se preocupe. Hablamos
cuando esté menos confusa. Coma primero.
Al momento le sirvieron
una bandeja con varios platos de comida: un suculento caldo de pollo y
verduras, un plato de guiso de carne con patatas cocidas y varias piezas de
frutas. La mujer que se la trajo le explicó quién era su samaritano y la suerte
que había tenido de que fuese él y no otro quien la encontrara. Lorena se tomó
todo el contenido de los platos casi sin respirar. Estaba hambrienta. Al terminar,
la mujer le llevó también algo de ropa nueva y avíos para que se asease. Cuando
estuvo lista, entró de nuevo el dueño de la casa.
--Vaya, veo que se ha
recuperado. Ahora podemos hablar. ¿Puede decirme de dónde viene? Mientras dormía
ha hablado usted algo acerca de muerte y enfermedad. Pero era en otro idioma,
español, algo hablo, pero no lo suficiente como para entenderla bien. Pero
usted habla muy buen francés.
--Sí, mi abuela procedía
de Francia y me enseñó el idioma. Yo vengo de España, del sur, de una ciudad
portuaria, Sevilla. No se asuste si conoce las últimas sobre ésta, pues imagino
que siendo comerciante estará al tanto de la enfermedad que asola mi villa. Pero
yo estoy bien, se lo aseguro. Llevo varios meses desde que salí de allí y no he
tenido ningún síntoma de Peste.
--No se preocupe, sé que
está bien. Sí, todos hemos oído que la Peste está haciendo grandes estragos en
su tierra. Pero ¿Cómo pudo salir de allí? Y… ¿Cómo ha llegado tan lejos? Que se
sepa, nadie sale de la ciudad; las puertas llevan cerradas semanas. Todas las
partidas que van llegando traen esas nuevas
--Es una larga historia.
Quería llegar a Marsella y huir a las Américas, pero no me dejaron subir en
ningún barco, así que me uní a una caravana que se dirigían hacia esta zona. Ha
sido todo muy doloroso. Dejé allí a mis padres sin poderles dar sepelio por
miedo a que me matasen pensando que estaba enferma.
-- Tranquilícese, tendrá
tiempo de contármelo. Verá, me imaginaba algo así y he pensado que puede
quedarse en mi casa todo el tiempo que quiera. Aquí es bien recibida.
--No quisiera ser un
estorbo…
--De eso nada, recupérese
y ya hablaremos sobre su futuro. Ahora tengo que volver a mis quehaceres. Pida
lo que necesite a la mujer que le ha traído la comida, ella se encargará de
proporcionárselo.
Así pasaron los días,
Lorena se recuperó y las ganas de vivir volvieron a nacer en ella. Allí no sólo
encontró un hogar donde reposar sino que se enamoró de Jean, su protector, y él
de la joven sevillana. Poco tiempo después de su llegada, ambos jóvenes se
casaron pasando ella a ser Lorena Rouen, mujer del anticuario y comerciante de
especias de Aviñón.
En la ciudad, como en gran
parte de Europa, un nuevo movimiento reformista católico, el jansenismo, iba
creciendo en la iglesia y Jean no era ajeno a éste. Las ideas de este
movimiento se inmiscuían en el terreno eclesiástico y político. No negaban la
necesidad de la existencia de la iglesia, pero si la capacidad de las
autoridades eclesiásticas para representar la autoridad de Dios e, igualmente,
incapacitaba a los monarcas a ello, por lo cual se situaban en contra del
absolutismo. Jean Empezó a frecuentar diversos círculos de discusión sobre la
doctrina que le produjeron muchos enemigos. Lorena se sentía temerosa de estas
reuniones, ya que en otros lugares habían dado lugar a enfrentamientos
violentos. Una tarde, mientras ella se
ocupaba de sus hijos en el jardín disfrutando de una bonita tarde primaveral,
se oyó aproximarse a la vivienda un caballo a galope y una tea ardiendo fue
arrojada por una de las ventanas de su palacete, justo en la habitación donde Jean
hacía las cuentas de la tienda. El fuego lo envolvió todo. Lorena y las
sirvientas lograron ponerse a salvo junto con los niños y escapar del incendio,
pero Jean…no lo logró. Las llamas devoraron la estancia en la que él se
encontraba.
De nuevo el palacete y
otro Rouen se enfrentaban al infortunio. De nuevo el fuego arrasaba la vida y
el amor. De nuevo volverían a crecer las malas hierbas en un solar abandonado.
miércoles, 18 de noviembre de 2020
“Crónica de sucesos”
La muerte ha vuelto a dar a otra mujer el descanso
eterno.
La ha sacado del túnel del horror diario,
la ha llevado a la anulación de su dolor
en manos del ser que tantos besos le dio la primera
noche.
Cuando él la
tuvo sola
en su confortable
sábana de deseo,
le hizo creer que la vida entre sus brazos era el
principio y el fin.
Y fue el fin,
pero no el
ansiado por su amor.
La paseó antes por el miedo,
le enseñó lo que duelen los sueños ,
le mostró el camino que le conducía
hacia donde tantas mujeres, muertas en vida,
lloran la muerte de tantas mujeres
vivas en su propia muerte.
Y hoy
y mañana,
desde el rincón del recuerdo
donde se almacenan las crónicas de sucesos,
alguien busca una razón que le enseñe
qué pasó aquella madrugada
donde el amor se volvió hielo,
y toda su vida se quebró
entre las manos del extraño conocido
que un día se cruzó en su camino.
domingo, 1 de noviembre de 2020
ALBERGUE DE LAS O LAS ALTAS
II PARTE
Y de pronto el cielo arrancó a abrirse. En las ciudades, donde hacía tiempo no se veían las estrellas ni la luna, comenzaron a vislumbrarse luceros en el horizonte nocturno; el sol fue posándose en aquellos rascacielos que no habían visto la luz sobre sus cristales desde mucho antes de que las negras nubes lo cubriesen todo. Poco a poco, aquella noche eterna y oscura llegaba a su fin. Habían sobrevivido muchos, otros se habían quedado en el camino, otros habían enfermado de por vida, la falta de luz solar les había dejado las defensas casi anuladas, convirtiéndose en enfermos crónicos de todo.
Y mientras gran parte de la humanidad moría oculta
en oscuras madrigueras, esperando una señal, la tierra fue sanando gracias a
las rendijas que iban filtrando el amanecer de una nueva claridad. Hasta el día
en que la misma tierra acabó con aquello que había dejado salir de sus entrañas:
ese extraño humo que llenó los cielos. Sanó la tierra, se limpió el aire, los
animales volvieron a correr por sus rincones y empezaron a verse los hombres. Comenzaron
a salir de todos los agujeros aquellos que llevaban tiempo sin abandonar su
confinamiento. Una generación había nacido creyendo que su mundo era un lugar
lúgubre y su cielo el techo de cualquier cobijo.
A nosotros, que habíamos estado metidos en un
túnel, en un pozo sirviendo de futuro alimento a extraños comensales, junto con
otros desgraciados, ajenos al terror que también vivía el mundo, nos llegó
también la hora.
Cuando me
trajeron a este lugar, no sabía dónde estaba. La tarde que llegué al albergue
estaba agotada, vine huyendo de algo oscuro que amenazaba el planeta y que
nadie sabía qué era. Al entrar me recibieron deseosos de darme ayuda, a mí y a
los que venían conmigo. Nos dieron de comer y luego una cama en la que descansar,
donde nos sumimos rápidamente en un profundo sueño. Al despertar nos
encontramos en este pozo, un pozo en el cual hemos permanecido ajenos a todo
desde entonces. No sé cómo llegamos a él… Y solo supe la aterradora verdad
cuando encontré una nota escondida en una grieta de la pared, alguien
desesperado la dejó allí. Al leerla, el miedo, el horror, la desesperación y la
incertidumbre se apoderaron de todos los que nos encontrábamos en ese espacio
unidos por la fatalidad. Ya no intuíamos nuestro destino…, ahora lo sabíamos. Seríamos
carne fresca para nuestros captores.
viernes, 20 de marzo de 2020

¾ Despierta, mi amor, ya estamos aquí, en nuestro destino final.
¾ ¡Qué pronto, si acabamos de salir ¡¿Me he dormido?
¾ Si, caíste en un largo sueño desde que zarpamos. Tres días has estado en los brazos de Morfeo.
¾ Lo que no acabo de entender, mamá, es por qué no hemos podido quedarnos en la tierra, todo era tan “humano” allí. Al fin y al cabo, huimos de nuestro país para salvarnos de la guerra y siempre pensamos que en otro sitio nos tratarían bien…aquí es todo tan distinto. Tendremos que ponernos para salir del campamento una escafandra y, si queremos andar y dar un paseo, usar esos trajes tan pesados que me hacen daño en las piernas. Ya sabes en el ensayo el trabajo que me costó ponérmelo y, más aún, quitármelo. Y lo peor de todo, esa temperatura.
¾ Lo sé, hijo, pero no podíamos quedarnos allí, no había sitio en el refugio, ¡somos tantos los que hemos salido huyendo! y la comida escaseaba. Además, no sé qué pasa ahora en el mundo al que llaman civilizado que nos odian tanto. Tal vez sea el color de nuestra piel, nuestras creencias, nuestras costumbres…o nuestra hambre.
¾ Pero si somos iguales a ellos, mamá. Yo creo en su mismo dios, mi piel es solo un poco más oscura, pero si me hago una herida mi sangre es del mismo color. Y las costumbres, bueno es como todo, siempre se pueden cambiar si hace falta. En cuanto al hambre, podríamos haber trabajado para ganarnos el pan. Papá siempre ha sido un buen profesor y sabe hacer de todo, tu eres enfermera y yo, yo soy un buen estudiante…
¾ Piensa en las palabras de tu padre: vamos a vivir en el lugar que dirige las corrientes marinas, que rige el día en el que paren las mujeres, en el lugar donde nacen los sueños, en el sitio donde se inspiran los poetas, el rincón donde están las mentes de los enamorados. Todas las generaciones han amado la luna, incluso muchas la han venerado.
¾ Tenemos suerte, porque nosotros “siempre estaremos en la luna…”
sábado, 25 de enero de 2020
"Albergue de las olas altas”
Imposible escapar, nos rodearon y nos vimos envueltos en una especie de red pegajosa y maloliente, aquellas caras habían perdido todo atisbo de humanidad y en sus rostros tan solo quedaban marcas de otros seres que habían intentado huir de aquel sanguinario destino.