Cuento
Paseaba plácidamente por la vereda de un río, no era el
primer día que recorría aquellos caminos y salía tras la soledad de sus pasos dirigiéndolos
a ese encuentro con él. Pero aquella tarde las nubes se habían empeñado en
hacer más oscuro de lo normal el trayecto de ida. El viento soplaba fuerte y la
niebla oscurecía el horizonte. Cuando se dio cuenta ya estaba perdida, empezó a
buscar el sendero, pero tan sólo consiguió adentrarse más en el bosque. De pronto
sintió su voz, sí, era él y se aproximaba. Cuando lo tuvo a su lado se agarró a
su cintura y lo besó agradecida por haber salido en su búsqueda. Luego él la besó
profundamente y empezó a acariciarla en medio de la confusión de la tormenta,
sus cuerpos se fundieron y empezaron a gozar de todas las formas posibles,
compartieron fluidos y gemidos, arrastrándose por el ardor entre el fango en el
que se había convertido el camino. Un torbellino de nuevas sensaciones se
apoderó de ella, llegando a comprender la plenitud de las palabras amor y pasión; y como si un rayo la hubiese iluminado desde el cielo, todo su ser se convirtió en
un capricho de placeres.
Así el temporal dio
paso a un limpio amanecer, y ella despertaba en el camino, desnuda y plena,
pero no estaba él. Se vistió y fue al lugar donde se reunían, tan sólo una nota
que decía así:
Has amado y has gozado, yo me voy con la tormenta, no me
busques porque tan sólo soy tu otro yo que andaba perdido en el bosque. No salgas
a mi encuentro, te dejo lo mejor de mí: la sabiduría del deseo.
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